29 de Octubre 2019 Aplicación de agroquímicos: ¿alto o bajo volumen?, por Pablo Kalnay.



Pablo Kálnay es ingeniero agrónomo, graduado en la UNNE (Universidad Nacional del Nordeste), con una maestría y doctorado en Malezas en la University of Maryland at College Park. Se ha desempeñado en el ámbito público (asistente de investigación, educador de extensión en las universidades de Maryland (UMCP) y de Illinois (UIUC)), profesor de Malezas en la Universidad Nacional del NorOeste de Buenos Aires, y privado, como gerente técnico en distintas empresas multinacionales (Cheminova, Monsanto, Arysta, Plant Impact) durante más de 25 años. Su especialidad es el desarrollo de productos a campo, especialmente herbicidas y en temas de calidad de aplicación.

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El o los plaguicidas de compramos para defender nuestros cultivos necesitan ser puestos en contacto con la plaga que queremos controlar. Este punto es sumamente crítico, ya que hay muchos factores que pueden alterar negativamente ese proceso, y si los productos no están en el lugar indicado el resultado no va a ser el esperado. El mejor producto, mal aplicado va a dar un mal resultado.

Para conseguir ese contacto los productos (excepto los curasemillas) se asperjan o pulverizan, ya sea sobre el cultivo o sobre la tierra. Este proceso consiste en romper una columna de agua que contiene a los plaguicidas en una serie de gotas, por medio de picos o boquillas. El tamaño de las gotas depende de las características de estos picos y de la presión de trabajo, lo que combinado con la velocidad de avance de la máquina pulverizadora determina el volumen entregado por unidad de superficie. El objetivo es conseguir una cobertura pareja, y en el caso de las aplicaciones de herbicidas post-emergentes o de insecticidas y fungicidas sistémicos, también se necesita conseguir que la aplicación esté en condiciones óptimas para que estos productos penetren en las plantas.

Desde el momento en que se produce esa gota hasta que esta llega a su objetivo pueden suceder varias cosas. El viento y las condiciones de temperatura y humedad relativa pueden afectar la llegada al blanco y la duración de la vida útil de las gotas. Si nuestro parámetro es conseguir una cantidad de impactos determinada, digamos 30 a 40 impactos por cm2, podemos conseguir esto incluso con un bajo volumen de aplicación, pero en ese caso necesitamos crear un asperjado de gotas pequeñas. Si, en cambio, aplicamos un volumen alto por hectárea, podemos conseguir esa cantidad de impactos pero con gotas más grandes.

 

En la figura 1 podemos observar el rango de gotas que produce una boquilla tipo abanico plano (Teejet 11002), medido en micras, a dos presiones de trabajo (1,4 y 2,8 bares). Con la presión más baja aproximadamente el 15% de las gotas producidas tendrán 100 micras o menos (ese es el diámetro de un cabello humano), y si aumentamos la presión la cantidad de gotas dentro de este rango aumenta al 30%. ¿Cuál es el problema con esto? Estas gotas son susceptibles a sufrir deriva con vientos no muy fuertes y además su duración es limitada, especialmente si la temperatura es alta y la humedad relativa es baja. Esto significa que hasta un 30% del producto aplicado no va a llegar al objetivo, o no va a estar en condiciones de penetrar en la planta.

Tabla 1: Cantidad de impactos por cm2 al pulverizar 10 l/ha, tiempo de caída de las gotas según su tamaño y arrastre por el viento en metros.


En la tabla 1 observamos que una gota de 100 micras tarda 4 segundos en recorrer una distancia de 1 metro, pero que un viento leve la puede arrastrar 25 metros antes de llegar al objetivo, lo que significa que tardaría 20 segundos en caer. Si la temperatura es alta y la HR baja, ese tiempo significa aproximadamente ¼ de la vida útil de la gota antes de evaporarse. Una gota de 200 micras, en cambio, cae mucho más rápido y es menos susceptible de ser arrastrada por el viento, y su vida útil  es aproximadamente 5 veces más larga que la de la gota de menor tamaño.

Si trabajamos con volúmenes altos de asperjado (de 80 a 150 litros/ha) podemos elegir boquillas que producen gotas más grandes y trabajar a presiones más bajas, sin afectar la cobertura por unidad de superficie y logramos una película sobre el objetivo que va a durar el tiempo suficiente para que el plaguicida penetre en la planta. Al mismo tiempo reducimos el peligro de deriva hacia zonas de riesgo. El alto volumen también nos permite mayor seguridad cuando las condiciones de temperatura y humedad no son las ideales, y reduce potenciales problemas cuando se mezclan varios productos en el tanque. Las aplicaciones de bajo volumen (menos de 60 litros/ha) son atractivas cuando la provisión de agua presenta alguna dificultad, pero aumenta el riesgo de deriva y acorta la vida útil del caldo asperjado en el caso de plaguicidas sistémicos. Una de las ventajas de este tipo de aplicaciones es cuando el agua disponible tiene alta dureza (sales disueltas en el agua), ya que el impacto de esas sales en plaguicidas como el glifosato o el paraquat es negativo, pero en ese caso es más conveniente usar un corrector de agua en vez de recurrir al bajo volumen.