Ignacio Alzueta, es Ingeniero Agrónomo (2005); Especialista en Cultivos de Granos (2008) y Doctor en Ciencias Agropecuarias (2014) en la Universidad de Buenos Aires.
Se especializa en el área de Investigación y Desarrollo, particularmente en Sistemas de Producción de Cultivos Extensivos; Fisiología de Cultivos de Granos; Desarrollo y Uso de Modelos de Aplicación Agronómica. Actualmente es Gerente Técnico de Desarrollo de la Chacra Bragado-Chivilcoy, Aapresid; Docente de la Cátedra de Cerealicultura y Escuela para Graduados Alberto Soriano, de la Facultad de Agronomía, Universidad de Buenos Aires. Además es Miembro de PLEXAGRO, empresa que brinda servicios de planificación, experimentación y análisis para el sector agropecuario.
Ha dirigido diversas tesis de grado y posgrado, publicado diversos artículos, capítulos de libro y realizado presentaciones en más de 30 Congresos Nacionales e Internacionales. A su vez, ha participado en más de 10 Proyectos de Investigación y Desarrollo (UBACyT, PICT, PIP) y Convenios Tecnológicos; y ha sido galardonado con Premios: Innovar 2014 y Premio Fundación Perez Companc 2015.
Dentro del marco actual donde se desarrolla la agricultura, es necesario asegurar un sistema sostenible en el tiempo que permita desarrollar una calidad de vida aceptable y previsible. Una agricultura sostenible en el tiempo puede describirse como aquella que a través de la gestión de tecnologías ecológicamente racionales, se enfoque no solamente en la obtención de altos rendimientos de un producto en particular, sino en la optimización del sistema en su conjunto (Altieri, 1992; Alessandri, 2014). Actualmente, el proceso de agriculturización registrado en los sistemas agrícolas de la región pampeana y el aumento de hasta un 80 % de la superficie agrícola dominada por cultivos continuados de soja ha llevado a pérdidas en la cobertura de y salud de los suelos, aún en sistemas de siembra directa (Ridley, 2013).
A su vez el incremento de la superficie con cultivos de verano, y la intensificación en los planteos ganaderos (más silos y/o rollos), sumado a la coyuntura productiva actual, han provocado una disminución marcada en el área de producción de los mismos y consecuentemente un significativo cambio en los aportes de carbono al suelo. Estos cambios exponen al sistema agrícola a grandes pérdidas de su potencialidad productiva, principalmente por la degradación de sus suelos. En este contexto, la inclusión de cultivos de cobertura en la rotación aparece como una oportunidad para mitigar y/o revertir una serie de procesos que pueden condicionar la sostenibilidad de los sistemas de producción, complementando y/o suplementar la producción de cultivos invernales (Kruger y Quiroga, 2013; Alessandri, 2014).
Se define Cultivo de servicio (CS) a “todo cultivo que se siembre entre dos cultivos sucesivos, que no tiene un valor económico en sí mismo, sino que se usan para brindar algún servicio ecosistémico”.
Varios trabajos indican que existen un gran número de razones por las que podemos incorporar a los CS en nuestros sistemas (Kruger y Quiroga, 2013; Piñero 2015), por ejemplo:
Si bien, las ventajas que presentan los CS son muchas y suelen repercutir positivamente sobre el rendimiento de los cultivos posteriores, pueden existir algunas “desventajas” que deberían tenerse en cuenta, para no cometer errores de manejo y esto nos repercuta negativamente. Por ejemplo, se reconoce que el consumo hídrico de éstos durante el invierno interferiría en la normal oferta de agua para el cultivo siguiente, podría generar problemas de implantación en los cultivos siguientes, como también ser hospedante de diferentes plagas y enfermedades.
Si bien, de acuerdo a la definición de cultivos de servicio cualquier especie puede ser utilizada como tal, existe un grupo de ellas que son las más comúnmente usadas, de acuerdo a la finalidad que se esté buscando en cada sistema productivo particular. Dentro de las gramíneas, donde se persigue el objetivo principal de aportar carbono al suelo, las más comúnmente usadas como CS son: Avena, Centeno, Triticale, Raigras; mientras que entre las leguminosas que tienen como uno de sus principales objetivos cubrir parte del requerimiento de nitrógeno (N) de los cultivos estivales sembrados posteriormente a su secado, se encuentran: Vicia con un alto número de especies, V. villosa, V. sativa, V. faba, V. benghalensis, V. dasycarpa y V. angustifolia (Fageria et al., 2005), algunas arvejas, trébol blanco y trébol rojo.
A su vez, muchas de estas de forma individual, como en mezclas de 2 a más especies, tienen un gran poder de supresión de malezas entre ellas muchas de las denominadas difíciles y/o resistentes a varios tipos de herbicidas, un ejemplo de ello es la mezcla de centeno con Vicia villosa. Para realizar un manejo integral de la problemática de malezas, se requiere de la combinación de diferentes prácticas de manejo agronómico que incluyan a la intensificación de cultivos (de granos y de servicio) como herramienta complementaria a la aplicación de herbicidas y manejo agronómico de cada cultivo (Echeverria et al; 2016). Un mayor número de cultivos en la rotación mejora la eficiencia del uso de recursos y la productividad del sistema. Además, genera inestabilidad en los patrones de disturbios lo que limitaría la disponibilidad de sitios seguros para el establecimiento y crecimiento de malezas. Según el cultivo en cuestión, el genotipo sembrado, las decisiones de manejo estructurales (i.e. densidad de siembra, distancia entre hileras, fecha de siembra), las medidas de control utilizadas (herbicidas y/o labranzas) y el esquema de fertilización, las especies presentes en la comunidad de malezas pueden ser alteradas de diferente manera según el biotipo, su habilidad competitiva, etc., conformando un ensamble particular según el sistema en conjunto. Por ejemplo, la inclusión de un CS invernal, el manejo de fertilización y la combinación de distintos cultivos invernales y estivales, pueden reducir la presencia de malezas dado que se modifican las condiciones ambientales para la emergencia y el crecimiento de las mismas. Tanto las malezas como los cultivos utilizan los mismos recursos (i.e. radiación, agua y nutrientes) para crecer y en consecuencia, en función de la habilidad competitiva de cada especie, la tasa reproductiva de las malezas puede disminuir y por lo tanto, también el número de semillas que componen el banco. Por otro lado, la presencia de malezas también tendrá un impacto sobre los recursos disponibles para el crecimiento y la generación del rendimiento de los cultivos acompañantes.
Un ejemplo de esto fue observado en un trabajo en conjunto entre FAUBA (Dra. Kruk) y la Chacra Bragado-Chivilcoy de Aapresid. Donde se evaluaron la riqueza y la frecuencia de especies maleza en diferentes secuencias de cultivos con la inclusión de cultivos de servicio, invernales de granos y barbechos químicos previos a los cultivos estivales de Soja y Maíz. En general, la frecuencia de especies como Conyza sp. y Digitaria sanguinalis disminuyó notablemente cuando el antecesor invernal fue un cultivo de granos o de servicio, respecto a BQ. Siendo esperable que en años sucesivos estas diferencias sean más marcadas, dado que este análisis se realizó el primer año de una rotación planteada a al menos 6 años. Se espera en el largo plazo que el banco de semillas disminuya por efecto de la competencia ejercida por la presencia del cultivo y por las modificaciones que en el ambiente produce regulando el establecimiento y crecimiento de las malezas. Por lo tanto, la intensificación de cultivos es una práctica a utilizar en el marco del manejo integral de malezas.
En los últimos años, con la utilización de cultivos de servicios hemos aprendido que tenemos que repensar las estrategias de control químico que venimos utilizando hasta el momento, dado que nos ha permitido reducir considerablemente la frecuencia con la que debemos intervenir en nuestros lotes y las dosis que estamos utilizando, permitiéndonos en algunos casos de prescindir por ejemplo de algunos pre-emergentes en maíz o soja. Todo esto ha provocado reducciones de costos en herbicidas de hasta 50 US$/ha, comparado con un sistema de barbechos exclusivamente químicos. Por lo tanto, la inclusión de cultivos de servicio nos genera una gran interrogante sobre la cual trabajar, como es conocer que herbicidas puedan ser utilizados complementariamente en los mismos, en que dosis y momentos y que impacto pueda tener esta interacción en la efectividad de las moléculas actualmente disponibles como las que vendrán.
Todo esto nos abre la puerta a un nuevo desafío como técnicos, el cual consiste en profundizar el conocimiento sobre cómo interactúan los diferentes cultivos de granos con los cultivos de servicios y de qué manera generar nuevas estrategias que nos aseguren alcanzar un sistema competitivo, tanto en lo económico, como en el impacto ambiental y social que tienen nuestros sistemas agrícolas.